Desde un café en San Telmo
- Verónica

- 22 jun
- 2 Min. de lectura
Después de mucho trabajo personal, y con cierto reparo, decidí dejar a mis hijos con la abuela y pasar sola el último finde largo.
Pero, para que la experiencia fuera completa, apelé al famoso “me lo merezco” y reservé un pequeño departamento en el pintoresco San Telmo.
Ignorando horarios, rutinas y obligaciones cotidianas, me dediqué a vivir como una local y a caminar sin rumbo por sus callecitas empedradas. Visité su famoso mercado y feria, me detuve en cada puesto de antigüedades, contemplé fotos viejas y me senté en sus barcitos.
Mientras tanto, observaba a quienes, al igual que yo, habían elegido este mismo destino.
Desde turistas y vecinos hasta personas en situación de calle, todos teníamos una historia que contar. A veces sin querer, y otras queriendo, fui testigo de retazos de sus vidas: charlas, confesiones, temores, amores…
En medio de ese ir y venir, viví un pequeño y condensado viaje de redescubrimiento. Y les puedo asegurar que no hace falta ser Elizabeth Gilbert ni viajar un año por el mundo para vivir su famoso "comer, rezar, amar"
Desde mi humilde experiencia, comí y bebí todo lo que quise sin pensar en los kilos de más. Hablé a mi manera con Dios y tuve charlas espirituales con otros.
¿Amar? Es relativo. A mi modo de ver, existe el amor romántico, el propio, el de los amigos, el que sentimos por los lugares, la familia, los hijos… Y puedo decir que amé en muchos sentidos.
Pero, sobre todo, aprendí a disfrutar sin culpas, a soltarme, a salirme de mi planilla de excel y a moverme más libremente. Y eso, que para algunos puede parecer una pavada, para mí es todo un logro.
Como reflexionábamos con un buen amigo, para conseguir lo que queremos debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance y un poquito más. Y si no lo logramos, al menos sabremos que hicimos todo lo que pudimos.
Así que, este año, me propuse algo que —para mí— va a significar un gran esfuerzo: andar por la vida un poco más liviana, sin exigirme tanto y aprender a disfrutar con más libertad y menos juicios.
Gracias, San Telmo, por ser mi pequeño refugio. Una partecita de mi corazón se queda acá, y sé que, cuando vuelva a recorrer tus calles, lo haré con otros ojos.








Comentarios