Ya transcurrió la primera semana del experimento del ama de casa de los años 50 y puedo decir con toda certeza que la rutina hogareña ha sido un tanto más intensa de lo habitual.
Para empezar, el día de un ama de casa comienza muy temprano en la mañana. Es la primera en levantarse y la última en acostarse. Su lista de tareas diarias y semanales implica un nivel de logística, coordinación y organización similar al de un controlador de tráfico aéreo. Y ya sabemos qué sucede si quien coordina los vuelos comete algún error de cálculo.
Hasta ahora, nada diferente a lo que hago diariamente. Pero entonces, ¿en qué ha cambiado?
He aquí mi rutina de esta semana
Como estamos en vacaciones de verano, el despertador suena a las 7 am e inmediatamente me levanto. Despejo la cama, retiro las frazadas, sábanas y almohadas. Si el día está lindo, abro las ventanas para airear y asolear la habitación.
Voy al baño, me higienizo, peino y aplico crema ponds. Jamás me peino ni encremo apenas me levanto, así que supongo que es un adelanto. Busco qué prendas voy a usar ese día y me visto. Nada de ropa crota, pijamas ni pantuflas. Uso un lindo vestido y sandalias taco bajo.
Luego preparo el desayuno y despierto a los chicos. Terminamos, limpio la mesa; apilo las tazas, cucharas, etc., guardo en la heladera y despensa lo que ya no uso. Me pongo a planificar el menú del día y si es necesario, confecciono la lista de compras.
Ahora le toca el turno a la limpieza general. Abro el resto de las ventanas para airear toda la casa y voy recorriendo cada una de las habitaciones, comenzando por el living. Recojo en un canasto todo lo que esté fuera de lugar, repaso los muebles, adornos, libros y prometo al árbol de navidad que esta semana lo desarmo y devuelvo al altillo.
Sigo con los dormitorios. Según los consejos de las revistas de la época, siempre hay que llevar consigo todo lo necesario para la limpieza y un canasto aparte para ir poniendo en él lo que no pertenezca a la habitación o que requiera lavado. Debo confesar que me resulta un poco incómodo ir cargando con todo, sin embargo es práctico en el sentido que no estoy yendo de un lugar a otro todo el tiempo.
Después de los dormitorios paso al baño. Limpio cada uno de los artefactos, reemplazo las toallas usadas por otras limpias y prolijamente dobladas (prolijidad que durará hasta que alguien más use el baño). Controlo que haya jabón, papel higiénico y todos los artículos de higiene necesarios.
Retomo la cocina. Lavo lo que quedó del desayuno y voy despejando las superficies como la mesa; cocina; etc. Reviso la heladera para ver si hay sobras que puedan aprovecharse y voy adelantando todo lo necesario para el almuerzo (el tema de la comida requiere todo un post aparte).
En este punto ya estoy dudando de mi elección de ropa y calzado. Y solo han pasado 3 horas desde que me levanté. Gracias a Dios para esa época ya existía el lavarropas, así que me salvé de lavar a mano y me voy a hacer los mandados.
Cuando regreso a casa guardo las compras, sigo con el almuerzo y preparo la mesa. Se supone que a esta altura me retoque el peinado y me ponga bonita para la hora de la comida. Lo cierto es que más que retoque lo que necesito es una buena ducha y cambiar las sandalias por unas ojotas.
Después de levantar la mesa y lavar los platos, ollas, etc. dejo la cocina impoluta. Ya son las 2 de la tarde y podría tirarme a descansar un rato. Pero…
Se suponía que por la mañana debía hacer también mi rutina de ejercicios (como si limpiar toda la casa no lo fuera). La verdad es que el tiempo no me alcanza, así que por la tarde hago entre 15 y 30 min de gimnasia. Diría que esto junto con ponerme cremas, es otro progreso.
Por la tarde me dedico a ordenar la ropa. Levanto la que lavé ese día, separo la que requiere costura, zurzo, plancho, doblo y guardo. No sin antes ver cuál puedo separar para vender en la feria. Lo siento, pero no puedo con mi genio.
También le toca el turno a la tarea semanal del día que implica la limpieza profunda de un área en particular. Puede ser pasar abrillantador de metales a los accesorios del baño(cosa que en mi vida había hecho); lavar zócalos, puertas, marcos y ventanas; escaldar los tachos de basura y recipientes de guardado; limpiar y desinfectar los muebles y electrodomésticos de la cocina; etc. Esta última tarea en particular la tuve que realizar por la tarde-noche a causa del calor que hace en mi cocina durante el día. Me llevó tanto tiempo que terminé alrededor de las 3 de la mañana, lo que supuso menos horas de sueño más un dolor de cintura y pies que me duró aproximadamente 2 días.
Luego de la tarea de limpieza semanal es turno de repasar un poco la casa (evidentemente nunca está lo suficientemente limpia), organizar el living para disfrutar del tiempo en familia y preparar la cena de acuerdo al menú elegido en la mañana.
Si tuviera marido, se supone que ahora tendría que ponerme bella y recibirlo con una sonrisa. En cambio, apelo a mi papel de viuda y cambio las sandalias por unas ojotas.
Después de la cena, una vez lavados y guardados los platos, dejo preparada la mesa para el desayuno.
Ahora sí, dolorida y exhausta me doy un buen baño, vuelvo a ponerme crema en el rostro y me arrastro hasta la cama. Repaso en mi mente la lista de tareas del día siguiente e intento dormir.
Pero antes, no puedo evitar cuestionarme: ¿En qué momento pensé que hacer este experimento era una buena idea?".
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